La crisis, la culpable de todos los males, es aquí una vez más la causa principal que el hostelero ve para la disminución del número de clientes; lo asume como algo circunstancial ante lo que se siente indefenso, y sólo desea que pase cuanto antes, sin plantarle cara.

A esto se suman otros factores como la ley anti-tabaco o el botellón (fenómeno anterior a la crisis) que vienen a “dar la puntilla al sector”.

La ley anti-tabaco, sobre todo en su primera versión, obligó a muchos empresarios a meterse en unos gastos importantes difíciles de amortizar, la actual agrava más la situación.

El botellón, un fenómeno muy extendido en nuestro país lleva tiempo gritándole al empresario cual es uno de los problemas esenciales: la imposibilidad de pagar en los locales de ocio las copas a precios de los garitos más selectos de Nueva York.

En época de bonanza y eufória todos los bares estaban llenos, daba igual el botellón, daba igual servir bebidas de inferior calidad, daba igual servir las copas con mala cara, daba igual cobrar el café a un euro o a uno y medio, la gente se iba acostumbrando a las subidas y no había problema.

El problema llegó con la crisis, cada vez es menos la gente que se puede permitir tomar tantos cafés como querría (sólo la subida de la luz, según palabras del propio ministro de industria, ya nos supone algún café menos); si a eso sumamos el aumento del precio del combustible, de los impuestos, y el estancamiento de los salarios, vemos que la crisis del sector se acentúa.

Ante esto algunos hosteleros mantienen o incluso aumentan los precios para hacer frente a la reducción de clientes, tratando de ir en contra de la ley de la oferta y la demanda. La demanda está disminuyendo mucho más rápido que la oferta, ante esa situación la opción lógica es la bajada de precios.

Lamentarse y culpar a otros es muy español pero muy poco productivo.